No basta con
nacer:
asomar la cara
al mundo y sentirnos en casa.
En verano
los niños son
delfines
que salpican de
alegría el mar
cuyos volantes
levatan olas,
alzan castillos
de risas,
ecos de
caracolas.
A todos iguales
los viste la arena
cubos y palas
entre ellos se dejan.
La tarde se
adorna de fresa,
Chocolate y
vainilla
y los jazmines
pequeños
quieren ser niño
o niña.
En otoño
los niños son
golondrinas
que recogen sus
alas en la escuela
y las trazan en
cuadernos
que guardan bajo
su almohada
para no perder
el vuelo.
Meriendan pan y descanso.
La rama se va
secando
y la hoja en
silencio
desciende al
reposo eterno.
los niños son
nubes.
Unos tras otros
vuelan,
cometas
abrigados,
atrapando
mariposas que no existen,
se calientan del
frío las manos.
Caballos con dos
cabezas
un elefante sin
trompa
aquel barco que
navega
con la luna a
proa.
Descifrando
nieblas
el recreo los
sorprende
y la tarde en la
estufa
los sueños
enciende.
No basta con
nacer.
Es primavera
y los niños son
los primeros
en imitar a las
aves con sus canturreos
y dejar que el
caballo de niebla
trote hacia
otras tierras
donde ya es
invierno.
¡Verde, más
verde,
que es
primavera,
rojo,
amarillo,
color azucena!
Se quedan sin
punta lápices y ceras.
Crecen los
parques con la savia nueva.
Asomar la cara
al mundo
sin miedos ni
deudas.
Todos los niños
juegan a la rueda,
círculos
perfectos de cantos y promesas.
Nadie diría que
el enemigo acecha,
el hombre del saco, espera en la puerta:
“No salgas hija,
no salgas a la
cancela
aunque sea
primavera,
que los niños y
las niñas
ya no juegan a
la rueda
pues de pájaros
y flores
las calles están
desiertas”.
No basta con
nacer:
asomarnos
inocentes a la espera
de que el mundo
sea nuestra casa.
Y cuántas veces,
demasiadas,
el brote tierno
se tala.
No salgas
nenita,
cierra la
cancela
que el cielo no
avisa
de las nubes
negras.