jueves, 23 de diciembre de 2010

lunes, 6 de diciembre de 2010

Requiebros, de Carmen Sampedro



...Y ERA TAN GRANDE LA PENA DE AQUELLA MUJER


QUE LA MISMA MUERTE RETARDÓ SU HORA


PARA LLORAR JUNTO A ELLA.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Despierta la mañana, poema de Carmen Sampedro


Despierta la mañana
con túnica blanca.

Los tejados moldean
lentamente y como en sueños,
gaviotas de nieve.

Su vuelo es pausado,
vuelo blanco, sin tiempo,
entre copos de algodón.

Me pregunto
qué brújula o destino siguieron
para llegar a este lugar,
tan lejos del mar.
Qué secretos dejaron atrás…

              Despierta la mañana
                                  como papel blanco
                                                       a  la espera de unos versos.


viernes, 8 de octubre de 2010

La novia, poema de Carmen Sampedro



Llanto para sus ojos
azahar para su pecho
encajes para su piel de aurora.

Bajo sus pies temblorosos,
mil pedazos de cristal son testigos,
del aquel espejo deforme
que en la noche forjaron
los sueños febriles, delirantes,
encerrados en si mismos,
cubiertos de cal, cubiertos.

Canto para sus labios
rocío para sus manos
brisa para su pelo.

Quién se ha llevado mi muerte?
Dónde yace mi pena sin nombre?
De quién es mi cuerpo nuevo?

La tarde enciende velas rojas
que iluminan los pasos de la novia
al encuentro de un te quiero.


lunes, 20 de septiembre de 2010

Mañana de Abril, poema de Carmen Sampedro


  A Khalil Gibran Khalil
Cuando el árbol más amado de tu huerto,
parió el fruto prohibido por el mito,
llenaste tu cesta de mimbre
con hojas de terciopelo.

Era una hermosa mañana de Abril,
y el amor guió tus pasos
en busca de los hombres.

Llevabas en tu corazón el mejor de los frutos:
verde manzana, dorado sueño del árbol
que un día, regaste con tus lágrimas.

Regalabas tu corazón de azúcar,
con una hoja de esperanza,
y una canción de pan caliente a los hombres,
reunidos en la plaza.

“Manzanas de corazón,
os regalo mis manzanas;
son de mi huerto florido
regadas con mis lágrimas”.

Pero nadie se acercaba a recoger aquel sueño,
ningún hombre dio aquel paso
para acercarse a tu alma.

La cesta de mimbre temblaba en tus manos,
cuando las palabras sonaban en vano:
“manzanas, tomad mi regalo”.

¿Eran hombres los que por allí pasaban?
Puede que fueran fantasmas,
o sonámbulos, o muertos,
pues tu voz no la escuchaban.

Por un instante, murió tu alma de niño.
Inocencia asesinada:
“manzanas a mil, a dos mil, a diez mil,
venid a comprar,venid”.

Y se acercaron, primero tres,
después cuatro, luego diez,
¿hombres o qué?
y tu corazón compraron.

La cesta de mimbre se rompió en llanto,
en ceniza las hojas de terciopelo.
Y tu alma, Gibran, en la plaza,
por los hombres lleva luto, lleva duelo.


sábado, 4 de septiembre de 2010

Amar en presente, poema de Carmen Sampedro


I
Yo amo, tú amas, él ama
cantan los niños yo amo, tú amas,
alas que levantan vuelos en el aula
plácidos deseos para la mañana.
Amar en presente,es crecer sin trabas
dejar que la vida riegue la savia.
La clase de lengua a todos iguala
el verbo es un acto que la voz proclama:
yo amo,
tú amas,
con tanto ardor que el miedo huye por la ventana.
Todos son amados y con eso basta.
II
Mas una niña reza silenciosa y apagada
por si dios la escuchara allá en los cielos
donde ángeles custodios protegen a los niños
que nadie ama.
No todo el miedo huyó por la ventana.
Ni siquiera un ángel dios le enviara
que su corazón de niña confortara.
III
Lloraba la niña cuando fue muchacha
con sus manos finas cubría la cara
ocultando marcas que delataban
la crueldad de unas manos que no aman.
Sigue empeñada en rezar por si dios aún la escuchara
y tuviera compasión de las niñas golpeadas.
Pero no se allegó un ángel a componerle las alas
ni a untar de ternura las heridas de su alma.
IV
Ya la escuela no es su casa el recuerdo de los niños
que cantaban en el aula duermen en su corazón
de niña quebrada.
Yo amaré, tú amarás, él amará:
a la espera del milagro crecen las aulas,
el sol se conmueve, las paredes se ablandan.
Para el futuro queda
el verbo y su esperanza.

martes, 10 de agosto de 2010

A ti te digo, poema de Carmen Sampedro

El dia 07 de agosto se celebró la entrega de premios del 14º Certamen de Poesia Pepa Cantarero en Baños de la Encina, del cual obtuve el 2º premio con el poema A ti te digo, espero que os guste.

martes, 27 de julio de 2010

Noche Andalusí de la Rosa


Aunque le di la mano,
la mano le di.
Aunque le di la mano
no me arrepentí.


Aunque le di la mano, 5
la mano al caballero,
anillo de oro
metió en mi dedo.


Aunque le di la mano,
la mano al hijodalgo, 10
anillo de oro
metió en mi mano.

Noche Andalusí de la Rosa


-«¿Por qué no viene, padre,
por qué no viene un día,
que yo casarme quiero
con el conde de Almería.


¿Por qué no me casas, padre, 
por qué no me casarías?»


-«Tú no quisistes casarte
cuando él te lo pedía».


-«¡Si es el que quiero, padre,
si es el que yo quería! 10
Tráigalo por aquí, padre,
tráigalo por aquí un día,
almorzará con nosotros
y de mí tú le hablarías;
y al alzar de los manteles, 15
háblale de partes mía».


-«Si ese que tú quieres
hijos y mujer tenía».


Ya lloraba reina Elena,
ya lloraba, hace llanto. 20


-«No llores, tú, hija mía,
que otro conde te quería,
antes de otro nuevo día
casada ya tú serías».

Noche Andalusí de la Rosa


  Dize la nuestra novia:  
 -«¿Cómo se yama la cabeza?»  
 -«No se yama cabeza,  
 sino campo despasioso».  
 ¡Ay mi campo despasioso! 5 


  Dize la nuestra novia:  
 -«¿Cómo se yama el cabeyo?»  
 -«No se yama cabeyo  
 sino seda de labrar».  
 ¡Ay mi seda de labrar! 10 
 Pase la novia y goze el novio.  


  Dize la nuestra novia:  
 -«¿Cómo se yama la frente?»  
 -«No se yama frente,  
 sino espada relusiente». 15 
 ¡Ay mi espada relusiente!  
 ¡Ay mi seda de labrar!  
 ¡Ay mi campo despasioso!  
 Pase la novia y goze el novio.  


  Dize la nuestra novia: 20 
 -«¿Cómo se yaman las sejas?»  
 -«No se llaman sejas,  
 sino sintas del telar».  
 ¡Ay mi sinta del telar!  


  Dize la nuestra novia: 25 
 -«¿Cómo se yaman los ojos?»  
 -«No se yaman los ojos,  
 sino ricos miradores».  
 ¡Ay mis ricos miradores!  


  Dize la nuestra novia: 30 
 -«¿Cómo se yama la narí?»  
 -«No se yama la narí,  
 sino dátil datilar».  
 ¡Ay mi dátil datilar!  


  Dize la nuestra novia: 35 
 -«¿Cómo se yama la cara?»  
 -«No se yama la cara,  
 sino rozas del rozal».  
 ¡Ay mis rozas del rozal!  


  Dize la nuestra novia: 40 
 -«¿Cómo se yaman los labios?»  
 -«No se yaman labios,  
 sino filos de coral».  
 ¡Ay mis filos de coral!  


  Dize la nuestra novia: 45 
 -«¿Cómo se yaman los dientes?»  
 -«No se yaman dientes,  
 sino ajjófar d'enfilar».  
 ¡Ay mi ajjófar de enfilar!  


  Dize la nuestra novia: 50 
 -«¿Cómo se yama la lengua?»  
 -«No se yama la lengua,  
 sino dulze tragapán».  
 ¡Ay mi dulze tragapán!  


  Dize la nuestra novia: 55 
 -«¿Cómo se yama la barba?»  
 -«No se yama la barba,  
 sino tasa de cristal».  
 ¡Ay mi tasa de cristal!  


  Dize la nuestra novia: 60 
 -«¿Cómo se yaman los brasos?»  
 -«No se yaman brasos,  
 sino remos de la mar».  
 ¡Ay mis remos de la mar!  


  Dize la nuestra novia: 65 
 -«¿Cómo se yaman los pechos?»  
 -«No se yaman los pechos,  
 sino limón limonar».  
 ¡Ay mi limón limonar!  


  ¡Ay mi campo despasioso! 70 
 ¡Ay mi seda de labrar!  
 ¡Ay mi espada relusiente!  
 ¡Ay mi sinta del telar!  
 ¡Ay mis ricos miradores!  
 ¡Ay mi dátil datilar! 75 
 ¡Ay mis rozas del rozal!  
 ¡Ay mis filos de coral!  
 ¡Ay mi ajjófar de enfilar!  
 ¡Ay mi dulse tragapán!  
 ¡Ay mi tasa de cristal! 80 
 ¡Ay mis remos de la mar!  
 ¡Ay mi lindo limonar!

Noche Andalusí de la Rosa


Y un amor que yo tenía,
mansanitas de oro me diera
cuatro y sinco en una espiga
la mejorsita de eya
para mi amiga;  
cuatro y sinco en una rama
la mejorsita de eya
para mi amada
.

Noche Andalusí de la Rosa

  Y agradesco a Dió del sielo   y a mi señor padre   que tal marido me ha dado   de alto linaje.   

Y agradesco a Dió del sielo   y a mis hermanos   que tal marido me ha dado   de alto estrado.

domingo, 13 de junio de 2010

AL CALOR DE UN DIOS MENOR, Carmen Sampedro

III Certamen de relato corto "Paisajes Dormidos" BAÑOS DE LA ENCINA

Tan imposible es avivar la lumbre con nieve,

como apagar el fuego de amor con palabras .

(William Shakespeare)

AL CALOR DE UN DIOS MENOR
 
 Despierta mi pueblo cubierto de un manto inmaculado, como un espectro que quisiera quedarse para siempre. La Ermita del Santo Cristo del Llano, parece una nube arrebatada por el blanco cielo inmutable y nuestro castillo viste túnica blanca, cual penitente en busca de redención.
 Todo el paisaje de Baños de la Encina, es una fría piel que paraliza a todo ser viviente, que deja a los pájaros sin nido, que congela el canturreo de la fuente y nos aísla unos de otros. 
 Si fuera una niña pequeña, diría que tengo miedo de que mi pueblo se quede así para siempre: en silencio sepulcral. Miedo de que el fantasma cubra las rendijas de todas y cada una de las huellas que permanecen como signos vitales, en cada uno de los parajes que conforman nuestra identidad. Todo el paisaje parece resignado a mostrar un semblante que no le pertenece y en silencio, aguarda la huida del fantasma, para volver a mostrar lo que era antes de la nevisca. En esa espera me encuentro yo también.
 Entretanto, me tomo tiempo para abrigar todos aquellos recuerdos que aparecen en mi memoria, como si un mago los sacara de la chistera, esperando sorprenderme y jugando con las sombras que en las paredes de mi estancia, forman los destellos de la lumbre.
 Me llegan imágenes de algarabía en la calle Mestanza siendo chiquillos, aprendiendo la tarea de ser hombre o mujer a través de los múltiples juegos que otros ya jugaron y nos dejaron por herencia: el escondite, el aro, el trompo, la comba, la guerra, el colache, la pita, el escondite…. La calle se convertía por las tardes en un constante recreo, donde tenían que venir a llamarnos los hermanos mayores, como embajadores de los padres, con ciertos aires amenazantes cuando llegaba la hora de cenar. También podía ocurrir, que entráramos como pequeños intrusos, en casa de alguna vecina ,que generosamente nos ofrecía un trozo de pan con aceite y azúcar, para no desmayar y poder seguir correteando, como si en ello nos fuera la vida. 
 Avivo la lumbre con troncos de leña, para que el frío no entumezca los recuerdos, y se encuentren cómodos, bienvenidos, acogidos, como esas visitas que recibes con alegría, pues llenan la casa de felicidad con su presencia. 
 El fuego vence al fantasma blanco y su chispear me trae colores a los que no puedo resistir darles forma en mi recuerdo.
 De color granate era el casaco de Ricardito, mi primer novio. Nos encontrábamos en la Ermita del Santo Cristo cada mañana a la misma hora. Con su cartera, su pantalón corto, su pelo negro rizado y nariz aguileña. Ricardito era un niño frágil, delicado, poco avezado a las burrerías de los niños del pueblo. Sus padres vivían en Madrid y por cuestiones de trabajo, fueron trasladados a Baños y el pobre no sabía lo que le esperaba, en un ambiente donde los niños y las niñas no movíamos como pez en el agua y donde nuestras marcadas rodillas, eran señales de batallas, por la conquista de nuestra incipiente personalidad.
 Lo mejor que le pudo ocurrir a Ricardito, fue conocerme, pues yo lo defendía de todas las cruzadas que se libraban antes de entrar en la escuela. Su peor suerte era su complexión frágil y débil carácter; y lo más grave era no ser bañusco.
 Ricardito me gustaba porque era un niño muy callado, me miraba con ojillos de yegua y no se despegaba de mi lado hasta que todos los niños entraban en clase. Como él era excesivamente tímido no llegó a decirme que yo le gustaba, y como yo necesitaba saberlo, se lo pregunté. Él asintió con la cabeza y yo enseguida le dije que él también me gustaba a mi. A partir de ese día, ya no hacía falta hablar ni nada, sólo estar uno al lado del otro. Los niños se reían de él por la indumentaria que llevaba tan diferente a la nuestra: su pantalón corto azul marino, como recién planchado, una camisa de hombre y su jersey de pico de color granate, la cartera de piel, calcetines largos y sus botas también de piel. Todo ello bien conjuntado y su cara lavadísma, peinadísmo, total un cromo. A pesar de la indumentaria clásica, yo ahora le veo más como un romántico. Los niños, al vernos siempre juntos, empezaron con la letanía de que éramos novios en tono de burla, de risas y aprovechaban para meterse con él y decirle cosas como: “Ricardito pelo de gallo, kikirikí” todo, porque el peinado que le hacía su madre para resaltar los rizos, le hacía como una cresta. Yo defendía a mi novio como es propio cuando dos personas se quieren, se defienden. 
 Pasaban los días amablemente, el curso seguía su curso y los niños éramos niños…Ricadito se fue a otro lugar, no sé si pueblo o ciudad y yo me quedé con su recuerdo cada mañana, en el Santo Cristo, a la hora de la escuela.
 Sigue nevando en mi pueblo, pero en mi corazón, la llama del recuerdo me trae más colores, esta vez un poco más lejos de la niñez, cuando empieza esa etapa de transición donde sientes que ya no eres tan graciosa; en esa etapa donde pasas de los juegos a las obligaciones y donde tomas conciencia de que irrumpe una nueva manera de ser libre que no va a resultar nada fácil.
 De pronto te das cuenta, de que la escuela se termina y con ella el recreo; cambia el escenario y también las relaciones. Ya no tienen que ir a buscarte a la calle Mestanza porque apenas te dejan salir, y no sabes qué hacer con ese revuelo de nuevas emociones, de sentimientos que te dejan con el “pavo” acuestas. El poco rato que pasabas en la puerta de la casa, te fijabas en los muchachos sin saber manejar esta nueva experiencia vital. 
 Llegó el momento de fijarme en algún muchacho y mis ojos se prendaron de Miguel y su camisa verde. Supongo que tenía más camisas, pero yo lo recuerdo cuando regresaba del campo y se arreglaba, siempre se ponía su camisa aceitunada. Miguel y yo no nos dijimos nunca que nos gustábamos; ni nos dirigimos la palabra en ningún momento, pero yo me fijé en él y claro está, pensaba que me gustaba y que yo le gustaba a él. 
 Un día lo vi pasar por mi puerta con una muchacha forastera muy guapa y no me saludó. Pensé que no me había visto pero después me enteré de que se había puesto novio con una de Bailén. Ya no volvimos a hablarnos más; al cabo de un tiempo se casó y se fue a vivir al pueblo de ella. La camisa verde de Miguel trajo poca esperanza a mis sueños, en realidad una camisa verde tampoco era para dedicarle parte de mis fantasías; en ese tiempo yo despertaba a un mundo de sentimientos más complejos que en la niñez, aquella, donde mi querido Ricardito llenaba mi corazón.. 
 La vida transcurría a la espera de que ocurriera algo, y mientras tanto, cumplía a regañadientes con las obligaciones de la casa, la costura, el cuidado de las macetas, y contando los días para que llegara la Romería de la Virgen de la Encina y sobre todo el verano, para poder abrazar de nuevo a los que regresaban de otras tierras, y que cada año volvían para asegurarse de que su pueblo no los había olvidado.
 Y llegó Ramón, con todos los colores del arco iris. Camisa de mil rayas, pantalón beig claro y su gesto de hombre amable, sonrisa dulce y trato delicado. 
 Ramón era amigo de mi hermano mayor y siempre que llegaba a Baños, visitaba nuestra casa dando muestras del mucho cariño que sentía por todos nosotros. El aprecio era mutuo y lo expresábamos con grandes abrazos de bienvenida y una alegría que no cabía en el corazón. Tampoco nos cabía la pena a la hora de la despedida.
 En este momento, lo veo entrando por la puerta de mi casa con un libro en la mano: “Rimas y leyendas” de Gustavo Adolfo Bécquer. Le pedí que me dejara verlo y me lo ofreció con algo de timidez, como si no quisiera desprenderse de él. Al abrir el libro me encontré con una manera de decir que jamás había escuchado ni leído y que nunca me hubiera imaginado que pudieran escribirse cosas tan bonitas. Era la primera vez que tenía en mis manos un libro de poesía. Me lo dejó con la condición de que se lo devolviera antes de partir para Barcelona. Me lo recalcó con tal seriedad que aún me hizo valorar más aquella joya. 
 Yo leía y releía los poemas, con la avaricia de quien tiene un tesoro y no puede dejar de mirarlo. Sabía que se lo tenía que devolver, pero no podía albergar la idea de quedarme sin ese misterio. Cada día que pasaba, sabía que me tenía que desprender de aquello que ya formaba parte de mi revuelo adolescente. Apretada por la circunstacia de que se lo tenía que devolver en pocos días, se me ocurrió la idea de copiar los poemas en una libreta; los copié hasta donde me dio tiempo, pues llegó el día en que Ramón me pidió el libro. Se lo dí con algo de vergüenza como si me hubiese quedado con algo suyo. Nunca me atreví a confesarle éste hecho pero recuerdo que al verano siguiente, le recité de memoria un poema y sonrió con gran dulzura.
  En este momento de recuerdo, pienso que si ya es complicada la adolescencia de manera natural, cuando intervienen elementos poéticos de corte romántico, entonces ya se puede decir que hablar de la edad del “pavo” es una minucia comparado con el mal de San Vito. Se podría decir que el “pavo” huye despavorido ante este nuevo estado revolucionario peor que el asalto a la Bastilla. No sólo dejaba de cumplir mis obligaciones, sino que como una auténtica romántica, las incumplía con toda la rebeldía de la que era capaz.
 Y es que Bécquer me decía, que yo era poesía, golondrina, arpa, beso, olvido y todos sus versos clamaban en mi interior, como un preso gime por su libertad.
 Baños de la Encina sigue blanco y yo permanezco al calor de un dios menor, al calor del fuego que un día Prometeo robó a los dioses para entregárselo a los hombres. Ese fuego que unas veces beneficia y otras perjudica, pero cuando los hombres tienen frío, calienta sus cuerpos y también sus corazones.
 Color pardusco era la sariana que llevaba mi amor de primavera. Las llamas me advierten con sus chasquidos, que necesito reposar este momento en el cual, nuestro amor afloraba, a la par que la primavera, y a la vez amor escondido tras la luna para preservarlo de un destino más que incierto. 
  Las tardes de los encuentros, se llenaban de risas y miradas avariciosas, como si nos quisíéramos robar el uno al otro, como si se tratara del hallazgo de un diamante precioso y único. Plantado uno enfrente del otro, temblábamos como las ramas que suavemente mece el delicado viento. Apenas hablábamos porque había poco que contar, excepto lo que decían nuestros, ojos cuyo brillo podía competir con el universo entero. Nada era tan valioso para mi vida como esos momentos, nada tan importante como la espera, y nada tan hermoso como saber que siempre lo llevaba en mi pensamiento. Todas las tardes de esa primavera, eran fiestas de guardar para mi corazón y ni sístoles ni diástoles bastaban, cuando imaginaba que vendría a verme ese amor, que la primera estación me traía de la mano.
La naturaleza, en toda su solemnidad, también era cómplice de nuestros corazones: el trigo asomaba sus anhelos de pan, los pajarillos tanteaban su primer vuelo. Mostraban los árboles sus primeras señales venidas de lo profundo de la tierra. Ese largo y misterioso viaje, que parte de la raíz a la rama y que nos cobijará cuando el rey sol extienda su poder, en época veraniega. 
 Sin embargo, mi destino no podía ser diferente al de los espíritus románticos, donde todo al final parece un sueño, un invento del corazón, esa explosión de los sentimientos más sublimes, acaban siendo tan fugaces como fuegos de artificio y sólo te quedan los versos, en un estado de dolor, de infelicidad.
 Como si de pronto hubiera llegado el otoño, como si de pronto sucede que nada más nacer la hoja se suelta o la arrancan de su rama, se soltó de mi mano, se desprendió de mi corazón. Ese amor que me enseñó la alborada del alma. Y también su ocaso. Sin embargo, ha quedado en mí su luz; aún brillan mis ojos como esas estrellas tan lejanas, tan muertas desde millones de años y que a pesar de ello nos brindan su fulgor cada noche. 
 Ahora que el fuego ha quedado en silencio, pronuncio su nombre y sonrío al pensar que para mí, no había un nombre más bonito que el suyo.
  Ricardito, Miguel, Ramón y mi amor de primavera, han dejado sus huellas en cada uno de los rincones de mi pueblo y también en el escondite de mi corazón. Por eso esta mañana de invierno en la que mi pueblo ha amanecido cubierto con su manto inmaculado, he sentido miedo de que se quede así para siempre: un escenario blanco donde las piedras de la Ermita parecen enfermar a golpes de algodón, esa piedra hecha de sol, de rendijas por donde asoman florecillas, corretean lagartijas; esa piedra que se alza a lo más alto, como si quisiera mediar entre nosotros y el cielo. Y también sabe hacerse a nuestra medida abriendo sus puertas a la oración. 
 Se va consumiendo la lumbre y el calor de mis recuerdos, derrite la nieve que oculta la verdadera apariencia de mi pueblo. La esencia de lo que somos, a veces duerme, y sólo despierta al calor de los recuerdos, al calor de un dios menor.

FIN


sábado, 24 de abril de 2010


 Y se allegó a mí,
a causa de la flor blanca
que perfuma la noche,
envolviendo mi cuerpo
de aire nuevo,
mi galán.

domingo, 11 de abril de 2010

La casa que fuimos, poema de Carmen Sampedro

Una casa se asienta
 en los ojos 
que celan nuestros sueños
en las manos 
que espantan el miedo
en las caricias 
que nos dan vuelo. 
Una casa se viste de fiesta 
 con geranios eternos de alegría.
La casa que fuimos 
ya no tiene espejos
donde se miren 
nuestros recuerdos.
Sombras amarillas de un sol lejano
batallan por librarse del tiempo
ciego de arena y sediento.

La casa que fuimos se pierde en mi eco.



domingo, 28 de marzo de 2010

TU RISA, poema de Pablo Neruda


Quítame el pan, si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.

No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de plata que te nace.

Mi lucha es dura y vuelvo
con los ojos cansados
a veces de haber visto
la tierra que no cambia,
pero al entrar tu risa
sube al cielo buscándome
y abre para mí todas
las puertas de la vida.

Amor mío, en la hora
más oscura desgrana
tu risa, y si de pronto
ves que mi sangre mancha
las piedras de la calle,
ríe, por que tu risa
será para mis manos
como una espada fresca.

Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
quiero tu risa como
la flor que yo esperaba,
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.

Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando mis pasos van,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca
por que me moriría.




sábado, 13 de marzo de 2010

DESPIERTA LA MAÑANA, poema de Carmen Sampedro

Despierta la mañana
con túnica blanca.

Los tejados moldean
lentamente y como en sueños,
gaviotas de nieve.

Su vuelo es pausado,
vuelo blanco, sin tiempo,
entre copos de algodón.

Me pregunto
qué brújula o destino siguieron
para llegar a este lugar,
tan lejos del mar.
Qué secretos dejaron atrás…

Despierta la mañana
como papel blanco
esperando unos versos.

lunes, 1 de marzo de 2010

A MI PADRE, poema de Carmen Sampedro

Un lucero
es un astro
que brilla.

Lucero del alba,
lucero de la tarde.

Yo era un lucero
para mi padre.

Como era niña
me llamaba Lucera.

¡Ay, mi Lucera,
qué preciosa es!

¡Ay, mi Lucera,
la más hermosa
del firmamento!

Ven, Lucera,
mira lo que tengo.

Y yo iba
a su lado pequeña,
radiante,
a cogerme de su mano
y apretarme con él.

Mi padre murió.
Ya nadie me llama así.

Su vida
dejó en mi corazón
una ramita de albahaca.
Y en mi frente
un surco de llanto,
su muerte.

martes, 16 de febrero de 2010

ÁNGELUS, poema de Carmen Sampedro

Un cuerpo yace en la estancia.
Frío. Cal. Huele a nada.

Las plañideras entran
con llanto estudiado, sinfónico,
a llorar al geranio que se ha roto 
como el cristal,
a llorar tu muerte no rezada.

Parece un ángel,
murmuran,
y sus labios
(ruido blando),
entre queja y rezo,
entre asombro y misterio,
tejían alas
para tu cuerpo tierno.

Parecías, o tal vez eras,
eras como un ángel,
huérfano como ellos,
bueno por mandato,
triste por legado.

-Era la hora del ángelus-,
acordaron las mujeres
-y un ángel se lo ha llevado-.

Pero tú no volaste sin manchar
tus alas de sangre:
los ángeles no caen,
ni se estrellan contra el suelo;
ellos tal vez se pierdan
en el laberinto de la eternidad,
pero allí no hay sangre
que diga,
lo que vale una vida.

Allí no hay sangre que grite,
sobre las alas blancas,
que a la hora del ángelus
estamos solos,
siempre solos,
tanto que, en un instante,
las mismas alas que nos sostienen
nos abocan al vacío
y nos abraza el asfalto.


Un geranio se ha roto
como el cristal.

Parece un ángel,
susurraban las mujeres,
mientras arreglaban tu cuerpo
para el viaje eterno.


jueves, 4 de febrero de 2010

EN ESTA HORA TE ESCRIBO, poema de Carmen Sampedro

Ausencia mía, puerto sin orilla,
navego a ciegas en esta isla.
Oye mi voz en la lejanía de ecos sin nombre
que cavan mi herida.
Negro de llanto mi pesar se duele
negando risas, vallando atardeceres.
Desterrada de ti, no encuentro senderos
que den a mis pasos alivio y consuelo.
Ausente mío, causa de mi duelo.
La luz que me diste, se ahoga en silencio
y llegan las sombras con su velo puesto.
¿Qué será de tus ojos? ¿Seguirán ardiendo?
Dime anhelo mío, ¿a quién alumbras con ellos?
No me dejes en penumbra
que en las sombras no te siento.
Nuestro amor como la tarde
anochece lentamente y sin remedio.
No me dejes en penumbra
que en las sombras no te siento.
Ausente mío, en esta hora te escribo,
privada de mi lugar que eres tú
y no hallo más cordura que buscarte,
aunque sea a oscuras, aunque desterrada,
gritaré tu nombre, vagaré sin alma,
te buscaré a tientas en la madrugada.

martes, 26 de enero de 2010

MIEDO A VIVIR, poema de Carmen Sampedro

Es invierno y llueve.
La espiga duerme el secreto del pan
que un día el hombre repartirá.
Pan para todos, sueña la espiga,
pan de igualdad y de justicia.
Es invierno, llueve muerte y hambre.
Es lo que el hombre reparte
más muerte y más hambre.
El miedo a vivir no cuenta
como cuenta un muerto
pero mata lento, lento.
Es invierno y entre la niebla
se pasean los espectros.
Todo lo llena la muerte
sin que la espiga lo sepa.
Ella sueña con el pan
que a los hombres dará fuerza.
Entre niebla el pensamiento
sepultado queda
y el hombre con sus cenizas
alumbra la tierra.
¿Cuándo pasará este invierno
y llegará la primavera?

domingo, 17 de enero de 2010

Poema de Federico García Lorca

(BALADA DE LA GRAN GUERRA)

Yo tenía un hijo que se llamaba Juan.
Yo tenía un hijo.
Se perdió por los arcos un viernes de todos los muertos.
Le vi jugar en las últimas escaleras de la misa
y echaba un cubito de hojalata en el corazón del sacerdote.
He golpeado los ataúdes. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
Saqué una pata de gallina por detrás de la luna y luego
comprendí que mi niña era un pez
por donde se alejan las carretas.
Yo tenía una niña.
Yo tenía un pez muerto bajo la ceniza de los incensarios.
Yo tenía un mar. ¿De qué? ¡Dios mío! ¡Un mar!
Subí a tocar las campanas, pero las frutas tenían gusanos.
y las cerillas apagadas
se comían los trigos de la primavera.
Yo vi la transparente cigüeña de alcohol
mondar las negras cabezas de los soldados agonizantes
y vi las cabañas de goma
donde giraban las copas llenas de lágrimas.
En las anémonas del ofertorio te encontraré, ¡corazón mío!,
cuando el sacerdote levanta la mula y el buey con sus fuertes brazos,
para espantar los sapos nocturnos que rondan los helados paisajes del cáliz.
Yo tenía un hijo que era un gigante,
pero los muertos son más fuertes y saben devorar pedazos de cielo.
Si mi niño hubiera sido un oso,
yo no temería el sigilo de los caimanes,
ni hubiese visto el mar amarrado a los árboles
para ser fornicado y herido por cl tropel de los regimientos.
¡Si mi niño hubiera sido un oso!
Me envolveré sobre esta lona dura para no sentir el frío de los musgos.
Sé muy bien que me darán una manga o la corbata;
pero en el centro de la misa yo romperé el timón y entonces
vendrá a la piedra la locura de pingüinos y gaviotas
que harán decir a los que duermen y a los que cantan por las esquinas:
él tenía un hijo.
¡Un hijo! ¡Un hijo! ¡Un hijo
que no era más que suyo, porque era su hijo!
¡Su hijo! ¡Su hijo! ¡Su hijo!


Os dejo este poema de Federico García como si dejara un cuadro que pariera imágenes sin saber en qué punto van a aparecer...cada verso provoca un grito que no puedes exhalar porque irrumpe otro grito y asi hasta que terminas de leer o de gemir el poema y vuelves de nuevo a leerlo y vuelve de nuevo a ser otro, y un sinfín de voces claman la redención o la condenación del existir y su tragedia.
...después nada vuelve a ser igual.

domingo, 10 de enero de 2010

Mientras quede luz, poema de Carmen Sampedro

Te escribo y es invierno. Te escribo como si estuvieras lejos.
Es hermosa la tarde y hace frío. Hablemos de las grisáceas nubes, 
del pájaro que cierra sus alas en el nido, 
de las hojas muertas que siembran los caminos.
Hablemos mientras quede luz; después vendrá el silencio. 
Nuestro silencio… no el tuyo ni el mío, el nuestro.
Qué hermoso cuanto callamos sabiendo que es verdadero.
Verdad que rogué a la vida encontrarte en mi desierto. 

Qué hermosa noche de invierno. Nuestro techo es un prodigio
de pan y vino sagrados que avivan nuestros sueños.
Mirándonos a los ojos nos sentimos buenos. 
Tú te miras en mi alma, yo en tu corazón me veo.
Pobres sueños para el mundo parecen nuestros anhelos.
Sólo un techo, unos ojos y el silencio…
Sin embargo, qué extraño milagro llenó de savia lo que estaba seco.
Es hermosa la alborada. Despunta el día y te quiero.
Mis ojos llenos de ti, encienden la luz primera, 
disipan las sombras, serenan las penas.
El pájaro de ayer sobrevuela cobijado por el cielo . 
Tú eres mi vuelo. Yo tus alas de amor volandero. 
Me quieres, te quiero. Y en silencio lo sabemos.
Te escribo y hace frío.
Te escribo como si estuvieras lejos.

domingo, 3 de enero de 2010

Recordando a Bécquer, poema de Carmen Sampedro

Recordando a Bécquer
I
En el impecable azul del cielo
alas nocturnas
quiebran mis recuerdos
pasan ante mis ojos
nublados de invierno.
Primavera de versos
que mueren huérfanos.
Vuelven las golondrinas sin memoria
a colgar sus nidos nuevos.
Si yo fuese golondrina
que partiera lejos
al regresar no tendría
más memoria que el ahora
más tristezas que la lluvia
más lágrimas que la aurora.
Si yo fuese golondrina
sólo el azul del cielo
bastaría para volar
lejos de los recuerdos.
Si yo fuese golondrina
no tendría espejo
que me dijera quién soy
ni quién se me ha muerto.
Si de mí saber quisiera
me miraría en la fuente
de un chorro seco.
Se crucifica la noche
vuela el instante feroz
la luna cubre su cara
para no ver mi dolor.

II
Vuelven
las golondrinas a los sueños del poeta
vuelven
para anidar en un nuevo poema.
Vienen de cielos lejanos
a consolar su pena
y el poeta llora
de añoranza y de tristeza.
El amor perdido ellas le recuerdan:
¡no quiero más versos
ni quiero más letras,
destierro de amor es mi condena!.
Silencio de alas negras. Calla la tarde
como si el mundo muriera.
Sin amor ¿qué queda?
Ya se van las golondrinas
a otros cielos más oscuros
a colgar sus penas. Se van con nostalgia,
dejando al poeta con una hoja en blanco
y una pluma negra. Sin amor, ¿qué queda?